Hace unos días, tuve el privilegio de escuchar a la gran filosofa española Adela Cortina, hablando sobre su libro “¿Para qué sirve realmente la ética?” Lo recomiendo vivamente.

 

Plantea lo cara que sale la falta de ética, en dinero y en dolor…”El coste de la inmoralidad seguirá siendo imparable. Y aunque suene a tópico, seguirán pagándolo sobre todo los más débiles”. Ninguna sociedad puede funcionar si sus miembros no mantienen una actitud ética. Ni ningún país puede salir de la crisis, si las conductas antiéticas de sus ciudadanos y políticos siguen proliferando con toda impunidad.

 

Pero hay otro concepto de Cortina que me gustaría reflexionar brevemente. Hace muchos años que insiste para que la Real Academia Española apruebe y de visibilidad, a la palabra APOROFOBIA, inventado por ella, para describir un fenómeno que es ético, social y psicológico: el miedo al pobre.

 

Paradójicamente, el término está ya en la Wikipedia, pero no en el diccionario, que este año aprobó, por ejemplo, la palabra “amigovio” para definir a una mezcla entre amigo y novio. Cómo se quedan?

 

«Dícese -podría constar en la caracterización, por analogía con otras- del odio, repugnancia u hostilidad ante el pobre, el sin recursos, el desamparado». 

Adela Cortina

Adela Cortina

No me quiero poner antipático, pero la verdad es que no repugnan los árabes de la Costa del Sol, ni los alemanes y británicos dueños ya de la mitad del Mediterráneo; tampoco los gitanos enrolados en una tranquilizadora forma de vida paya, ni los niños extranjeros adoptados por padres deseosos de un hijo que no puede ser biológico. No repugnan, afortunadamente y por muchos años, porque el odio al de otra raza o al de otra etnia, por serlo, no sólo demuestra una innegable falta de sensibilidad moral, sino una igualmente, una palmaria estupidez. 

 

Los psicólogos sabemos que el problema no es de raza ni de extranjería: es de pobreza. 

 

El pobre es el que no tiene nada interesante que ofrecer a cambio y, por lo tanto, no tiene capacidad real de contratar. La pobreza molesta porque pone de manifiesto el fracaso de la sociedad. Las personas sin recursos que no son consumidores parecen molestar a políticos y empresarios, pero también nos hacen coger fuerte el bolso cuando pasa cerca de nosotros un pobre.

 

La aporofobia se induce, se provoca, se aprende y se difunde a partir de relatos alarmistas y sensacionalistas que relacionan a las personas de escasos recursos con la delincuencia y con una supuesta amenaza a la estabilidad del sistema socio-económico. Sin embargo, un análisis riguroso de los datos disponibles nos muestra que la mayor parte de la delincuencia, y la más peligrosa, no procede de los sectores pobres de la población, sino de mafias bien organizadas que controlan una inmensa cantidad de recursos. Y resulta tan sarcástico que se considere a los pobres como una amenaza al sistema socio-económico como lo sería acusar a las víctimas de la violencia, de ser los causantes de esa misma violencia.

 

Algo está cambiando, y como suele ocurrir, ese cambio viene de abajo. En España, en los últimos meses, se han batido records de voluntarios y de ayuda a los bancos de alimentos. Una luz de esperanza en esta Navidad, que al final de cuentas, es el nacimiento de un niño pobre.

Ernesto Iglesias Carranza

 

 

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