Las redes sociales se entraman con la posición de cada sujeto. En tal sentido, la neurosis encuentra allí su soporte: la injuria obsesiva que procura arrasar con el deseo del partenaire, el amplio campo que encuentra la histeria para causar el deseo sustrayendo el cuerpo. Quien tiene una posición evitativa respecto del otro sexo encuentra la encantadora posibilidad de “sentirse acompañado” sin tener que comprometer el cuerpo, manteniendo todo el juego en el plano virtual y postergando indefinidamente el encuentro. La vida virtual se suma a la lista de adicciones.

Al margen de tales presentaciones y más allá de cuestiones puntuales (el acortamiento de las distancias entre familiares y amigos que viajan, etcétera), en la clínica la presencia de las redes se evidencia sobre todo como un viraje en la lógica de los encuentros amorosos. Quiero subrayar aquí un aspecto que me parece central: el valor de las redes como mediador del deseo.

Es sugestivo que, a la hora de hablar del deseo humano, tanto Freud como Lacan hayan elegido dibujar una red: el esquema de Freud en Psicología de las masas y análisis del yo se presenta de ese modo y Lacan llamó a su grafo “mi pequeña red”. El deseo humano sigue siendo deseo de tener un lugar en el deseo de los otros o de algún Otro en particular. No hay nada más desolador que no causar el deseo de nadie: es como un muro sin ningún “me gusta”.

El “me gusta” y su interpretación ocupa un tiempo no menor en las consultas.

Puede ser leído en la más vasta ambigüedad: como un “me gustas”, por ejemplo. También está el “me gusta” irónico (como respuesta a alguna agresión); el “soy tu amigo y te sostengo”; el ideológico; el auto “me gusta”, el “me gusta” territorial (con el que el varón marca a la que fue su amante en todos sus posts). Este último hace uso de una propiedad interesante de Facebook: los “me gusta” sólo pueden ser borrados por su autor, no por el dueño del muro.

Cabe destacar el aspecto mostrativo de las redes sociales, que da lugar a nuevas modalidades de acting out. El acting out consiste en una mostración que apunta hacerse un lugar en el deseo del Otro; lo que en él se muestra, se muestra como distinto a lo que es: “Posteo para todos, con el fin de que tú lo veas”, o bien “Posteo sólo para ti, para que todos lo vean”. Se trata de una mostración velada, que siempre tiene el carácter de un anzuelo tendido para enganchar el deseo del Otro. El acting está íntimamente asociado al campo del deseo, y el deseo siempre tiene un sesgo ilusorio, de engaño y de ficción.

Lo que se muestra no se debe confundir con una pérdida de la privacidad: se trata de lo que alguien decide mostrar a los otros, a algún otro particular al que la mostración está dirigida. Y, en tal sentido, Facebook ofrece la posibilidad de estar virtualmente en el área del deseo de todos. Produce efectos cuando la mostración llega a destino: son comunes las fotos públicas que, más que anunciar, dan a ver: tatuajes recientes, nuevas parejas, casamientos, natalicios. “¿Puedo ser más feliz?” escribe en su muro un padre primerizo, con la secreta intención de seducir a su secretaria. La novia despechada no perderá la oportunidad de refregarle al ex su nueva conquista, con una oportuna foto de perfil.

El inbox funciona allí como la cara B de lo que se muestra en el muro. En bambalinas se trama y se habla “a escondidas” de lo que se da a ver. La impunidad para mandar mensajes supone también una impunidad de los receptores para no contestarlos. Leer un WhatsApp y no contestarlo tiene su contracara: el otro puede acercarse sin los riesgos que implica, por ejemplo, una llamada telefónica. La red de los deseos ofrece cierta economía: un mensaje no respondido para rechazar a alguien, un toque para verificar el mutuo interés en Tinder.

Por último, cabe destacar que Facebook ha dado lugar a toda una serie de “actos virtuales”: te elimino como amigo, te bloqueo, te vuelvo a aceptar. Con la ambigüedad que supone como acto para sí (los analizantes se justifican: “la saqué de mis amigos para no quedarme mirando lo que postea”) y como mostración hacia el otro, donde el acento está en que el otro se entere de que fue “eliminado”.

El deseo es en esencia engañoso.

Requiere ficciones, escenas, montajes, historias. Y la mediatización de las redes –en cuanto pone los cuerpos a distancia y permite un espacio para la edición– se abre entonces como un campo fértil. Confesiones íntimas, dichos que sugieren, fotos de perfil y de portada. Los sujetos preceden a una verdadera creación de un yo virtual. Un obsesivo, decepcionado por un encuentro poco feliz, daba cuenta de su rebelión contra este campo engañoso: “A la foto de perfil tienes que descontarle el impuesto a las Ganancias, los aportes jubilatorios…”. El sujeto sólo es sujeto en cuanto historizado, en una escena que siempre es de ficción. La “biografía” virtual proporciona la posibilidad de escribir la propia historia para los otros y espiar la vida de los otros a través de la ventana indiscreta de Facebook.

Mucho se ha dicho sobre la soledad del sujeto en la web, pero es un hecho que, poco a poco, los encuentros amorosos tienden a iniciarse en una red social. A veces con alguien desconocido, a veces con alguien apenas conocido en la vida cotidiana. La crítica que desde el psicoanálisis se hace con frecuencia al mundo virtual toma el sesgo predominante del prejuicio ante aquello que se desconoce. En mi práctica, no apunto a descalificar los intercambios virtuales. Muchas veces, permiten hacer lazo donde de otro modo no habría nada.

El valor de mediación de las redes sociales, incluso mediación de un deseo decidido, no es desechable. No olvidemos que ya Lacan (Seminario 10, “La angustia”) propuso pensar el deseo como un campo abierto a una mediación, poniendo allí el acento en el registro imaginario. En ese sentido, Facebook y otros medios virtuales abren un amplio campo para el encuentro entre los deseos.

Por Santiago Thompson

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